Del individualismo y sus múltiples manifestaciones

En una sociedad como la de hoy es fácil pensar que nos merecemos ciertos reconocimientos y consideraciones de los demás. Tal vez no así de explícito porque no es fácil aceptar que tenemos un ego tan crecido: es desagradable desde el punto de vista humano porque tenemos la preconcebida idea de que este tipo de personas son gente de malas maneras, déspota, solitaria, etc. Nadie quiere atribuirse a sí mismo esas características: todos deseamos ser amados y valorados por quienes nos rodean y es claro que no es tan fácil al tratarse de una persona como la descrita.

El discurso sobre el reconocimiento de los derechos y la inclusión es muy importante, pero me parece que hemos omitido la referencia a los deberes, lo que generó un desequilibrio en la sociedad creando una cultura individualista. Cada quien está exigiendo el reconocimiento de sí mismo y de "sus derechos" sin pensar en que el otro también quiere lo mismo. Esta realidad se evidencia en situaciones tan insignificantes y cotidianas como el uso del transporte público. 

Siempre que lo utilizo pienso en esto porque me cuestionan todos los inconvenientes que se presentan y con los que sale a flote esta mentalidad: hay personas que se quedan paradas en la puerta del bus, aún cuando queda espacio al interior, para ser las primeras en salir; también están esas que no dejan salir para entrar y las que corren a buscar un asiento pero sin embargo quieren salir antes que las personas que durante el trayecto estuvieron de pie en los corredores. 

Seguramente lo hacen porque tienen que llegar a tiempo a la oficina, a una clase, a una cita, etc. Así como ellos, todos los demás ¿por qué su realidad es más importante per se que la de los otros? -Cuánta verdad hay en esa teoría que invita a que "el que quiera ser el primero que sea el último"-. Esta enfermedad, a mi modo de ver lo es, la trasladamos con más frecuencia de la que pensamos a nuestras relaciones interpersonales y empezamos a exigir de los demás acciones que no hay lugar a exigir.

Mis reflexiones en torno a la amistad y a la libertad han sido recurrentes en este periodo de distanciamiento social. La amistad, como escribí en una entrada anterior, se fundamenta en el amor recíproco. El amor es un don y como tal es entregado: gratuitamente. No amamos a otro porque se lo merezca, nadie podría decir que tiene derecho a nuestro amor, así mismo nosotros tampoco podemos hacerlo. Amar es el acto de libertad más perfecto que existe: amamos lo que queremos amar.

Un autor espiritual es incisivo en decir que todo se lo debemos a que Alguien nos amó primero. También dice que si fuéramos conscientes de nuestras miserias seríamos más agradecidos porque nos daríamos cuenta de que todo es inmerecido. Pienso que debemos empezar por ahí: cambiar la forma de concebir nuestras relaciones, empezando por las más íntimas, pasando por las eventuales y llegando hasta las más extrañas, de manera que dejemos de anular a muchas personas que nos rodean y no nos enteramos por estar pensando siempre y únicamente en nosotros mismos y "mis derechos".

Tal vez ese sea el remedio para la enfermedad de la sociedad individualista que hemos construido partiendo de nuestro ego superlativo que desconoce a los demás, aunque sea mucho el amor que les tenemos.

Una forma de combatir el individualismo es promoviendo la labor social. En noviembre del 2016 hicimos un ropero en El Codito, un barrio periférico de Bogotá (Colombia), con el propósito de recoger fondos para otra labor social (el ropero lo es) que tendría lugar en un municipio rural colombiano. En la foto están un grupo de universitarias y residentes del sector.

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