El poder: Edipo en Tebas y Foucault

A partir de este momento el hombre de poder será
el hombre de la ignorancia”.[1]

 Michel Foucault
 
Foucault escribe en la segunda conferencia de su libro La verdad y las formas jurídicas, un análisis de Edipo Rey, tragedia escrita por Sófocles, con respecto a las formas jurídicas griegas. Toda la historia se desarrolla en torno a una investigación de la verdad, a un proceso judicial de la época de la antigua Grecia. Para llegar a la verdad jurídica, Edipo acopla varias mitades que se ajustan unas con otras haciendo la reconstrucción total del perfil de la historia. Esas mitades son expuestas por el dios y su profeta; Yocasta y él mismo; y el esclavo de Corinto y el Citerón. Tiresias, por su parte, le advierte a Edipo que guarde silencio, pero Edipo omite la advertencia y acusa a Tiresias de haber formado una conspiración contra él para privarlo de su poder. Finalmente, Edipo se da cuenta que aquel tenía razón en sus advertencias y se ve obligado a aplicar en su persona las leyes que por exceso de poder impone sobre las leyes previamente establecidas en la comunidad.
 
Es este punto el que trataré, pues si bien la historia se desarrolla en medio de una investigación para descifrar una violación a la ley, existe dentro del texto un elemento importante para que las leyes se cumplan: el poder. Foucault, al iniciar su conferencia, utilizó una idea que vale la pena desarrollar: “Confieso que este problema me atrae y que yo también me siento tentado de investigar más allá de ésta que pretende ser la historia de Edipo, algo que tiene que ver ya no con la historia indefinida, siempre recomenzada, de nuestro deseo y nuestro inconsciente sino más bien con la historia de un poder, un poder político”.[2]
 
Antes que nada, es menester preguntar ¿a qué se debe la realeza de Edipo? Pues bien, Edipo “había curado la ciudad, le había permitido (…) recuperarse, respirar cuando ya había perdido el aliento”[3]. Pero ¿quién – o qué – era Edipo? “Edipo es un instrumento de poder (…) que se ejerce sobre el deseo y el inconciente”;[4] es decir, Edipo es dominado por su deseo y, por dejarse determinar de éste, pierde todo. “Edipo no defiende (…) su inocencia, su problema es el poder y cómo hacer para conservarlo”;[5] se somete al poder aún después de saber que utilizándolo, le resta importancia a las leyes ya establecidas, previas a su realeza, y le da más importancia de la debida a sus órdenes, razones por la cuales será desgraciado desde que se conoce la verdad. Considero que en Edipo se ve representada una de las más grandes debilidades del ser humano: el poder.
 
La Real Academia Española (RAE) define el poder, en su segunda acepción, como “dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar (subrayado fuera del texto) o ejecutar algo”.[6] Por su parte, Aristóteles no define el poder sino que habla de dos clases de poder – y de esa manera los define –: el poder real y el poder político. El de nuestro interés es el segundo, pues esa es la idea de Foucault que queremos desarrollar.
 
Aristóteles, en su libro Política, dice que la ciudad tiene pluralidad de sujetos y que esos sujetos difieren en su condición – téngase en cuenta que, para el autor, el poder político es el que se ejercer en una ciudad – y que, por tal razón, “(…) no es posible que todos manden a la vez, sino por un año o por cierto tiempo o por algún otro orden de sucesión”.[7] La palabra mando, es común en ambas definiciones e indica que – es una interpretación personal – el poder es una facultad de un “x” para coaccionar a un o unos “y”.
 
Podemos decir entonces que la segunda acepción de la RAE y el concepto de Aristóteles sobre el poder político ya tienen un punto de encuentro. Ambas definiciones suponen una relación en la que una de las partes ordena y la otra obedece. En ese orden de ideas, podemos concluir que Edipo tenía poder político y los ciudadanos de Tebas se lo reconocían. Edipo ordenaba y ellos obedecían; por ejemplo, Edipo ordenó que se castigara el delito con las leyes que su voluntad había determinado y que se omitieran las leyes de Derecho Natural – entendiendo éste como lo hace D’Agostino: “(…) el derecho natural, tiene un carácter específicamente antropológico, pues el hombre nombrando la naturaleza y percibiendo lingüísticamente su esencialidad reconoce y construye un mundo dotado de sentido”[8] – y los ciudadanos de Tebas obedecieron.
 
Finalmente, Foucault no habla del poder político en general. Él hace referencia al poder tiránico específicamente y, cuando habla del tirano griego, hace referencia a Edipo, pues dice: “(…) el tirano griego no era simplemente quien tomaba el poder; si se adueñaba de él era porque detentaba o hacía valer el hecho de detentar un saber superior, en cuanto a su eficacia, al de los demás”.[9] Aquí cabe perfectamente la descripción, pues “(…) Edipo tiene el poder, pero lo obtiene al cabo de una serie de historias y aventuras que, de ser el hombre más miserable (…) lo convierten en el hombre más poderoso”.[10]
 
Así se comportó Edipo en la mayor parte del relato, pues cuando Tiresias lo acusó de haber sido el autor material del crimen, le dijo: “Tú deseas mi poder; has armado una conspiración contra mí para privarme de mi poder”.[11] No recordó los momentos previos a su llegada a Tebas. Si lo hubiera hecho, habría notado que los testimonios hasta ese momento expuestos, coincidían con la escena por él presenciada y ejecutada.
 
Para Foucault, “(…) Edipo podía demasiado por su poder tiránico, sabía demasiado en su saber solitario (…) es el hombre del exceso, aquél que tiene demasiado de todo (…)”;[12] y había concluido previamente que “Edipo no defiende de modo alguno su inocencia, su problema es el poder y cómo hacer para conservarlo”[13]. El autor habla del poder de Edipo como “un poder tiránico y solitario – desviado tanto del oráculo de los dioses como de los que dice y quiere el pueblo – en su afán de poder y saber, de gobernar descubriendo por sí solo”.[14]
 
En conclusión, Sófocles describe en Edipo Rey hasta dónde puede llegar un hombre que quiere, por sobre todo, el poder; muestra cómo éste puede volverlo ciego, pues “Edipo funcionará – finalmente – como hombre de poder, ciego, que no sabía y no sabía porqué podía demasiado”[15]. Sófocles muestra cómo el poder nos hace sentir omnipotentes, a tal punto de ignorar las leyes naturales para imponer nuestra voluntad en busca de satisfacer unas “necesidades” temporales.
 
Por su parte, Foucault evidencia que la racionalidad – entendida como una actitud reflexiva acerca de algo – es fundamental a la hora de aplicar el poder que poseemos; y con mayor razón si es para perjudicar a otros, pues así sea nuestra voluntad la que se impone y ejecuta en un momento determinado, puede que más adelante sea otra la voluntad que ejecute nuestras órdenes y seamos perjudicados por nuestro deseo desordenado de poder.

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[1] FOUCAULT, Michel. La verdad y las formas jurídicas. Séptima reimpresión, 2000, Barcelona, España. Editorial Gedisa S.A. Pág. 58

[2] Ibídem. Pág. 38

[3] Ibídem. Pág. 53

[4] Ibídem. Pág. 38

[5] Ibídem. Pág. 50

[6] Diccionario de la Real Academia Española. Vigésima Segunda Edición. Poder 

[7] ARISTÓTELES. Política. Décimo Octava Edición, 1999, México. Editorial Porrúa. Pág. 174

[8] D’AGOSTINO, Francesco. Filosofía del Derecho. 2007. Bogotá. Editorial Temis. Estudio Introductorio XIX.

[9] FOUCAULT, Michel. La verdad y las formas jurídicas. Séptima reimpresión, 2000, Barcelona, España. Editorial Gedisa S.A. Pág. 54

[10] Ibídem.

[11] Ibídem. Pág. 50

[12] Ibídem. Pág. 56

[13] Ibídem. Pág. 50

[14] Ibídem. Pág. 56

[15] Ibídem. Pág. 58

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