III. Urge reivindicar el papel de la mujer como mujer: Edith Stein y Simone de Beauvoir *

 

* Artículo publicado en la Edición No. 2 de Revista en línea Sin-Tesis, pp. 157 – 168. Noviembre de 2020

El desempeño de la mujer en la sociedad

Edith Stein y Simone Beauvoir, perteneciendo a corrientes de pensamiento totalmente distintas, exponen con bastante claridad en qué consiste ser mujer y la grandeza de las características femeninas. Hacen un llamado al reconocimiento del carácter femenino como es y con lo que eso comporta. Por un lado, Stein evidencia que “todas las potencias del hombre están presentes en la naturaleza de la mujer – en medida y proporción diversa –: esto prueba que ella puede hacer uso de estas energías en las actividades que se corresponden con ellas. Por eso, cuando las labores domésticas no necesitan de todas sus fuerzas, salir de este círculo no supone ciertamente ir contra la naturaleza o la razón. El límite está allí donde la actividad profesional comienza a obstaculizar la vida doméstica (Stein, 1998, pág. 74). Por su parte, en el mismo sentido, Beauvoir advierte que “engendrar, amamantar, no constituyen actividades, son funciones naturales; ningún proyecto los afecta; por eso la mujer no encuentra en ello el motivo de una altiva afirmación de su existencia” (Beauvoir, 1999, pág. 65).

Además, evidencian en la mujer una tenacidad sin igual y resaltan que es capaz de los sacrificios más sorprendentes “cuando se trata de ser el sostén de niños sin padre o de proveer a hermanos huérfanos o padre ancianos, entonces puede una mujer con espíritu de sacrificio realizar las acciones más sorprendentes (Stein, 1998, pág. 34), Beauvoir dice que “soportan mucho mejor que el hombre el sufrimiento físico; son capaces de un valor estoico cuando las circunstancias lo exigen: a falta de la audacia agresiva del varón, multitud de mujeres se distinguen por la serena tenacidad de su resistencia pasiva; hacen frente a las crisis, a la miseria y a la desgracia con más energía que sus maridos; respetuosas con el tiempo, al que ninguna prisa puede vencer, no miden el suyo; cuando aplican su sosegada obstinación a cualquier empresa, obtienen a veces éxitos resonantes (Beauvoir, 1999, pág. 592). 

También reconocen la importancia y la necesidad de la participación de la mujer en la vida pública y afirman que, además de cumplir el papel de esposa y madre excelente, es absolutamente capaz de desempeñarse en otros escenarios y profesiones distintas a éstas. Para Simone de Beauvoir “en virtud de la maternidad es como la mujer cumple íntegramente su destino fisiológico; ésa es su vocación “natural”, puesto que todo su organismo está orientado hacia la perpetuidad de la especie” (Beauvoir, 1999, pág. 464). “Me parece que el alma femenina vive más fuertemente en todas las partes del cuerpo y está presente y se encuentra en el interior de todo lo que le sucede (…). Esto concuerda con el destino de la mujer a la maternidad. La tarea de recibir dentro de sí a un ser vivo que se hace y crece, de albergarlo y nutrirlo, condiciona una cierta determinación de sí misma y el proceso misterioso de la formación de una nueva criatura en el organismo materno es una unidad tan íntima de lo anímico y lo corporal, que se entiende bien que esta unidad pertenece a la impresión de toda la naturaleza femenina” (Stein, 1998, pág. 91).

Por su parte, Edith Stein llama la atención sobre el significado de la palabra y reprocha que “se entiende como profesión solamente la actividad operativa. En muy pocos casos sobrevive el valor originario de la palabra (…). En estas circunstancias [hablando de la naturaleza y misión de la mujer] se usa el concepto de Profesión (Beruf) como algo a lo que se tiene que ser llamado (berufen)” (Stein, 1998, pág. 47). Stein destaca la habilidad de las mujeres para encontrar en el trabajo un medio de desarrollo personal de quienes lo desempeñan, porque es capaz de ver más allá de lo material y se ocupa en primer lugar del ser humano que tiene al frente.

Para Stein, “donde se requiere ánimo, intuición, sensibilidad y capacidad de adaptación, donde se dedica al hombre en su totalidad, para curarlo, formarlo, ayudarlo, comprenderlo y, también ayudarle a expresar lo que es… este es el campo de acción adaptado profundamente a la actividad femenina; por eso en todas las profesiones educativas y asistenciales, en el trabajo social, en las ciencias que tienen por objeto al hombre y la actividad humana, en las artes que representan al hombre, y en la vida de los negocios, en las administraciones estatales y cívicas en cuanto sea necesario el contacto con los hombres y su atención” (Stein, 1998, pág. 76).

Considera que la única condición para que esto ocurra es que ella conserve su feminidad. Para ella hay profesiones que se adecuan totalmente a esta naturaleza, y llama la atención que las ciencias de la salud, la educación y la política sean sus referentes[1]. No es descabellado porque todas estas profesiones tienden a la atención y al desarrollo de la humanidad. Algo semejante estima Beauvoir y trae a colación que “en la segunda parte de su libro, Comte, influido por su amor hacia Clotilde de Vaux, exalta a la mujer hasta convertirla en una divinidad, la emancipación del gran ser; será a ella a quien, en el templo de la Humanidad, la religión positivista propondrá a la adoración del pueblo, pero sólo por su moralidad merece ella ese culto; en tanto que el hombre actúa, ella ama: la pureza y el amor la hacen aquí superior al hombre; es más profundamente altruista que él” (Beauvoir, 1999, pág. 102).

Es evidente que la sociedad fue construida con una visión predominantemente masculina, así como las profesiones y la forma de enseñarlas, como consecuencia de la tardía incursión de la mujer en estos escenarios. Al respecto Simone de Beauvoir pone de presente que “la mujer reconquista una importancia económica que había perdido desde las épocas prehistóricas, ya que se escapa del hogar y desempeña en la fábrica una parte específica en la producción. Es la máquina la que permite la revolución, puesto que la diferencia de la fuerza física entre trabajadores masculinos y femeninos se encuentra anulada en gran número de casos. Como el brusco impulso de la industria exige una mano de obra más considerable que la que proporcionan los trabajadores masculinos, la colaboración de las mujeres se hace necesaria” (Beauvoir, 1999, pág. 105).

El reto de las mujeres es incorporar a esas actividades la visión femenina de la sociedad y del mundo para mejorarlas, en palabras de Edith Stein “la tarea extraordinaria de la mujer profesional es fusionar la vocación femenina con la profesión especial y darle de ese modo a esta profesión una impronta femenina (Stein, 1998, pág. 152). Un primer aporte resulta del hecho de que el conocimiento de la mujer es menos discursivo que el del hombre[2], de modo tal que capta las cosas con mayor rapidez y amplitud. De ahí que, partiendo de Tomás de Aquino, deba concluirse que el conocimiento femenino es superior al masculino (De Aquino, 2001, págs. 547-548).

En el fondo, muchos movimientos autodenominados feministas redujeron el papel de la mujer hasta convertirla en imitadora los hombres. Al trasladar la lucha de clases a las relaciones hombre-mujer, sembraron la idea de que las características femeninas no tienen relevancia frente a las masculinas y que se hace indispensable aprehender estas últimas para ser visibles en la sociedad. Esto se evidencia en el desprecio por el rol que la mujer está llamada a desempeñar en atención a su naturaleza: para Edith Stein “la primera vocación de la mujer es la procreación y educación de la prole y se le da al hombre para esto como protector” (Stein, 1998, pág. 98). La misma consideración hace Simone de Beauvoir, para ella “la maternidad destina a la mujer a una existencia sedentaria; mientras el hombre caza, pesca, guerrea, ella permanece en el hogar” (Beauvoir, 1999, pág. 69).

Tan equivocado es minusvalorar el trabajo silencioso y sacrificado de un ama de casa, como desconocer el valor de la participación de las mujeres en la vida pública. Edith Stein hace un llamado a reconocer que “ninguna mujer es sólo mujer, cada una tiene una peculiaridad individual y sus disposiciones tan buenas como el varón y en estas disposiciones la capacidad para esta o aquella actividad profesional, artística, científica, técnica, etc.” (Stein, 1998, pág. 35). Tiene razón Simone de Beauvoir al afirmar que “constituye una paradoja criminal rehusar a la mujer toda actividad pública, cerrarle las carreras masculinas, proclamar en todos los dominios su incapacidad y confiarle, al mismo tiempo, la empresa más delicada y más grave de cuantas existen: la formación de un ser humano” (Beauvoir, 1999, pág. 510).

El punto no es conseguir que hombres y mujeres tengan los mismos derechos y beneficios, de lo que se trata es de analizar qué debe la sociedad a las mujeres y cuáles de esas cosas no han sido reconocidas para empezar a hacerlo cuanto antes. Edith Stein asegura que “las mujeres son capaces de ejercer otras vocaciones además de la de esposa y madre, [y que ésto] sólo lo puede negar una ceguera subjetiva. (…) No hay ninguna profesión que no pueda ser ejercida por una mujer” (Stein, 1998, pág. 34). Tal vez hay que empezar por abandonar la mentalidad materialista dominante y caer en cuenta de que hay cosas más importantes que no son valoradas en el mercado y son verdaderamente indispensables porque “una política que ve en la mujer sólo el factor económico y el factor poder en la lucha de clases, puede muy bien reclutar simpatizadoras en el campo femenino atrayéndolas con el espejismo de la igualdad radical de los sexos (…) pero la absoluta indiferencia por la naturaleza y vocación de la mujer, choca contra las fuertes corrientes contrarias incluso también en la juventud femenina” (Stein, 1998, págs. 171-172).

La idea de que los roles son una creación social es poco convincente, sobre todo porque hombre y mujer tienen unas características innatas que les facilitan desempeñarse de alguna manera en la sociedad, “la división de los sexos es, en efecto, un hecho biológico, no un momento de la historia humana” (Beauvoir, 1999, pág. 22). Dice Beauvoir que “cuando la individualidad de los organismos se afirma más, la oposición de los sexos no se atenúa: todo lo contrario” (Beauvoir, 1999, pág. 36), por su lado Edith Stein destaca que “estas diferencias de la humanidad en una ilimitada multiplicidad de individuos presenta otra diferenciación simple: la diferencia de sexos (Stein, 1998, pág. 205). Por eso cuando los grupos autodenominados feministas hablan de igualdad entre hombres y mujeres y emprenden campañas por la reivindicación de la mujer dentro de ese marco, enfrentan el problema equivocadamente.

Es cierto que el papel de la mujer de algún modo no ha sido totalmente reconocido, pero para que esto cambie urge rescatar el ser femenino, reconocerlo diferente y no igualarlo al masculino. Lo otro es un error porque la mujer es medida con criterios insuficientes para su naturaleza. Para Edith Stein “el gran peligro es que se descuide la naturaleza femenina y por eso la formación exigida y se ate demasiado a la imagen de la formación masculina (Stein, 1998, pág. 103) porque de ese modo no se considera lo que es la mujer y sus capacidades distintas a las del hombre. En consecuencia, el fin no es que las mujeres sean reconocidas como los hombres, se trata de que sean reconocidas como mujeres. “La mujer que se libera económicamente del hombre no se encuentra por ello en una situación moral, social, psicológica idéntica a la del hombre. La forma en que aborda su profesión y el modo en que se consagra a ella dependen del contexto constituido por la forma global de su vida (Beauvoir, 1999, pág. 677).

En ese orden lo mejor es hablar de equidad porque el término es más preciso. La equidad se relaciona con la justicia, dar a cada quien lo que le corresponde. Este criterio no es producto del azar, sino que depende de las condiciones de cada quien. La igualdad sugiere que a todos se les debe lo mismo y no es cierta tal afirmación. Hace falta reconocer que la valía del hombre y de la mujer y sus necesidades particulares para satisfacerlas como sociedad.

Bibliografía

Beauvoir, S. d. (1999). El segundo sexo. Buenos Aires: Penguin Random House Grupo Editorial.

Stein, E. (1998). La mujer. Su naturaleza y misión. Burgos: Monte Carmelo.

 



[1] Confróntese (Stein, 1998, págs. 36-37, 111-118)

[2] “(…) su modo natural de conocer no es tanto el de un análisis teórico cuanto el de un modo natural de ir a lo concreto, de contemplarlo, de sentirlo(Stein, 1998, pág. 30)

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