II. Urge reivindicar el papel de la mujer como mujer: Edith Stein y Simone de Beauvoir *


* Artículo publicado en la Edición No. 2 de Revista en línea Sin-Tesis, pp. 157 – 168. Noviembre de 2020

Dominación vs cooperación: las relaciones hombre-mujer

Las relaciones hombre-mujer, sea cual sea su naturaleza deberían desenvolverse como lo hace un equipo. La teoría del equipo no es la dominante en la sociedad actual y por eso ocurre el fenómeno de la instrumentalización de la mujer.  Edith Stein llama la atención sobre lo que ocurre frecuentemente en las relaciones hombre-mujer y señala que en ellas “aparece, también, el dominio brutal que es la degeneración del señorío del hombre. La mujer es, según el orden originario, compañera y ayuda (…) pero en el estado del pecado, esta relación de mutua ayuda ha sido desplazada por una relación de dominio, ejercitado a menudo brutalmente, de tal modo que no se pregunta ya cuáles sean los dones naturales de la mujer y cuál su mejor desarrollo; se la considera como medio al servicio de una obra o como satisfacción de una pasión. Así sucede que el déspota se convierte en esclavo de la concupiscencia y por eso esclavo de la misma esclava, que es para él fuente de placer (Stein, 1998, pág. 64).

Por su parte Simone de Beauvoir piensa que “si la relación original del hombre con sus semejantes fuese exclusivamente una relación de amistad, no se podría explicar ningún tipo de servidumbre: este fenómeno es una consecuencia del imperialismo de la conciencia humana, que trata de cumplir objetivamente su soberanía. Si no hubiese en ella la categoría original del Otro, y una pretensión original de dominar a ese Otro, el descubrimiento del útil bronce no habría podido comportar la opresión de la mujer” (Beauvoir, 1999, pág. 57). Ésta es una realidad que tiene múltiples caras: unas saltan a la vista y otras se ocultan sutilmente. Ocurre por ejemplo en ciertas revistas y en muchas pautas publicitarias.

La puesta en escena insinuante o el cuerpo desnudo de una mujer son un gancho para atraer consumidores, es así como “la sociedad misma exige a la mujer que se haga objeto erótico. La finalidad de las modas, a las cuales está esclavizada, no consiste en revelarla como individuo autónomo, sino, por el contrario, en separarla de su trascendencia para ofrecerla como una presa a los deseos masculinos” (Beauvoir, 1999, pág. 515).  Ni qué decir de cosas tan degradantes como la prostitución y la pornografía. Hablando de las prostitutas y las hetairas Simone de Beauvoir afirma que “la mujer legítima, oprimida en tanto que mujer casada, es respetada como persona humana; y este respeto empieza a dar jaque seriamente a la opresión. Mientras que la prostituta no tiene los derechos de una persona y en ella se resumen, a la vez, todas las figuras de la esclavitud femenina” (Beauvoir, 1999, pág. 545).

Existen otros escenarios más sutiles en los que las mujeres se convierten en objetos: saltan a la vista en las redes sociales innumerables perfiles personales con esta tendencia, para Beauvoir “el narcisismo es un proceso de enajenación bien definido: el yo es planteado como un fin absoluto y el sujeto se hunde en él (Beauvoir, 1999, pág. 619). En principio las redes sociales fueron concebidas como un espacio para socializar; pero a medida que pasó el tiempo se tornaron en un espacio en el que la gente dice cosas. Hoy en día son una especie de vitrina a través de la cual las personas que establecen contacto se conocen un poco entre sí: lo primero es la apariencia, luego se ponen en evidencia convicciones, amigos, proyectos, aficiones y gustos. Es una lástima que cada día sean más las mujeres que, víctimas del machismo que construyó un estereotipo de belleza inexistente, muestran su cuerpo tratando de identificarse con ese ideal fantástico, porque “la suprema necesidad para la mujer consiste en hechizar un corazón masculino; aún siendo intrépidas y aventureras, ésa es la recompensa a la cual aspiran todas las heroínas; y casi nunca se les pide otra virtud que la de su belleza” (Beauvoir, 1999, pág. 230). 

Estas mujeres se tratan a sí mismas como si fueran un objeto de consumo y se ponen a la vista de todos en busca de aprobación, “la belleza exige cuidados, es un tesoro muy frágil; la hetaira depende estrechamente de su cuerpo, al que el tiempo degrada implacablemente; por eso, la lucha contra el envejecimiento adopta para ella el más dramático de los aspectos. Si está dotada de un gran prestigio, podrá sobrevivir a la ruina de su rostro y de sus formas. Pero el cuidado de esa fama, que es su bien más seguro, la somete a la más dura de las tiranías: la de la opinión” (Beauvoir, 1999, pág. 561), concluye Beauvoir. Lo anterior sin contar con que fomentan así no sólo la instrumentalización propia, sino que además contribuyen a eso que en algunas esferas se conoce como la cultura del descarte, es que incluso “la prostituta que desea adquirir un valor singular ya no se limita a mostrar pasivamente su carne, sino que se esfuerza por demostrar talentos particulares” (Beauvoir, 1999, pág. 558). Para Edith Stein “la degeneración específica de la mujer es la dependencia esclavizadora frente al varón y la inmersión del espíritu en la vida corporal y sensitiva” (Stein, 1998, pág. 215).

En esas condiciones, las relaciones hombre-mujer terminan siendo pasajeras y sin compromiso, “las relaciones entre los dos sexos manifiestan de modo horroroso los efectos del pecado original: la vida sensual desenfrenada en la que parece perdida toda huella de vocación superior” (Stein, 1998, pág. 69), de manera que “apresurado, clandestino, el adulterio no crea relaciones humanas y libres; las mentiras que implica terminan por negar toda dignidad a las relaciones conyugales” (Beauvoir, 1999, pág. 541). Se trata de vínculos pensados a corto plazo y fundados en la apariencia física y no en un proyecto común.

Toda la vida de la hetaira es una exhibición: sus palabras, su mímica están destinadas, no a expresar sus pensamientos, sino a producir un efecto (Beauvoir, 1999, pág. 562)  pero, en términos de Beauvoir, “el amor ideal, que es a menudo el que conoce la joven, no siempre la dispone para el amor sexual; sus adoraciones platónicas, sus ensueños, sus pasiones, en los cuales proyecta obsesiones infantiles o juveniles, no están destinados a sufrir la prueba de la vida cotidiana, ni a perpetuarse mucho tiempo. Aun cuando exista entre ella y su novio una atracción erótica sincera y violenta, ello no constituye una base sólida para edificar la empresa de toda una vida”  (Beauvoir, 1999, pág. 403). Para Edith Stein, “en el matrimonio cristiano el hombre ve que su función propia como cabeza de la pequeña comunidad familiar consiste en preocuparse plenamente por la salud de este organismo; no solo usando todas sus fuerzas para alcanzar el sustentamiento material y el progreso exterior, sino poniendo todo su empeño para que todos los miembros desarrollen lo mejor posible las capacidades que la naturaleza y la gracia le permiten” (Stein, 1998, pág. 70).

Por eso, hoy en día la sexualidad humana es equivocadamente asumida como mera reproducción humana y se llevan a la práctica métodos que son llamados equivocadamente planificación familiar. “Hemos recordado anteriormente que la mujer, por sus dones, es más propensa a la unilateralidad y al atrofiamiento de algunas energías. Sus características particulares suponen un peligro específico: el conocimiento abstracto y la actividad creativa son en ella más débiles que el deseo de poseer y gozar de los bienes terrenos. En esto radica el peligro de atarse sólo a ellos (…) se sumerge en una vida instintiva falta de todo tipo de espiritualidad y actividad. Ello la lleva a desnaturalizar su relación con el hombre: si él brutalmente la domina amenazando su posición de compañera libre y amorosa, ella misma, en cuanto esclava de sus instintos, llega a favorecer esta reducción a esclavitud por parte del hombre” (Stein, 1998, pág. 67).

No se planea la familia por el hecho de que la mujer consuma sustancias que impidan un embarazo o lo terminen abruptamente: “con frecuencia es el propio seductor quien convence a la mujer para que se desembarace del niño. O bien la ha abandonado ya cuando está encinta, o ella quiere ocultarle generosamente su desgracia, o no encuentra a su lado la menor ayuda” (Beauvoir, 1999, pág. 470). La familia es un proyecto que trasciende y como tal requiere dedicación, limitarlo al control de la reproducción es subvalorarlo, para Stein “con la corrupción producida por el pecado aparece, por una parte, la inclinación a despreocuparse de los deberes de la paternidad: en las formas más bajas abusando de las facultades generativas reduciéndolas a una simple satisfacción sexual, sin pensar en lo hijos; en la forma más alta se da la preocupación material sin preocuparse para nada de la formación o educación” (Stein, 1998, pág. 65). Está claro que en ese contexto no existe el trabajo en equipo y entre otras cosas la mujer se ve obligada a soportar toda la carga.

A pesar de eso, muchas aseguran que se trata de uno de los logros más importantes de la causa feminista, aunque sea una práctica a todas luces esclavizante y de la que se desprenden efectos altamente nocivos para las mujeres y ampliamente conocidos en la sociedad. Para Horkheimer, “a partir de ahí el amor pierde su base (…) es la aceleración de la pérdida del anhelo y, a la larga, la muerte del amor (…) Con la píldora, la industria farmacéutica moderna (…) ha convertido a la fuerza reproductiva humana en una fuerza manipulable” (Horkheimer, 2000, págs. 175-180).

Existen otras prácticas de la que pocas personas hablan y giran en torno al dominio de la mujer sobre su cuerpo: basta que conozca cómo funciona, comparta este conocimiento con su compañero y éste quiera respetar tal dominio. A diferencia de los otros mecanismos el cuerpo de la mujer no es intervenido arbitrariamente con fines egoístas, además es tratado con respeto y conforme a su dignidad. La sexualidad humana es un encuentro personal en el que dos seres se dan por completo a sí mismos, “darse amando, llegar a ser completamente propiedad de otro y poseer a este otro es un profundo anhelo del corazón femenino” (Stein, 1998, pág. 40). “Para la mayor parte de las mujeres, como también de los hombres, no se trata sólo de satisfacer sus deseos, sino de conservar su dignidad de seres humanos al satisfacerlos” (Beauvoir, 1999, pág. 683).

Urge cambiar la mentalidad. Es necesario empezar a concebir las relaciones humanas como relaciones de cooperación, porque “la vida en común de dos seres libres es para cada uno de ellos un enriquecimiento, y en las ocupaciones de su cónyuge encuentra el otro la garantía de su propia independencia” (Beauvoir, 1999, pág. 689), y no en términos de utilidad. “Está establecido que el hombre y la mujer conduzcan juntos una vida única, como si fueran uno solo. Pero al hombre, que ha sido creado primero, le corresponde la dirección de esta comunicada de amor” (Stein, 1998, pág. 57); sólo así es posible construir una sociedad verdaderamente humana que tenga en cuenta a todas las personas que la conforman.

Bibliografía

Beauvoir, S. d. (1999). El segundo sexo. Buenos Aires: Penguin Random House Grupo Editorial.

Stein, E. (1998). La mujer. Su naturaleza y misión. Burgos: Monte Carmelo.


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