I. Urge reivindicar el papel de la mujer como mujer: Edith Stein y Simone de Beauvoir *


 * Artículo publicado en la Edición No. 2 de Revista en línea Sin-Tesis, pp. 157 – 168. Noviembre de 2020

Introducción

La relación hombre-mujer, cualquiera que sea su naturaleza, debería ser concebida como una relación de cooperación fundada en el amor recíproco: “el amor auténtico debería fundarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades; cada uno de los amantes se probaría entonces como sí mismo y como el otro: ninguno abdicaría su trascendencia, ninguno se mutilaría; ambos desvelarían juntos en el mundo valores y fines” (Beauvoir, 1999, pág. 662) dice Simone de Beauvoir.   En el mismo sentido lo concibe Edith Stein puesto que para ella “no se habla de un dominio del hombre sobre la mujer: a ella se le denomina como compañera y ayuda, y del hombre se dice que se uniría a ella y que los dos serían una sola carne. Esto quiere decir que la vida de los dos primeros seres humanos tiene que ser considerada como la más íntima comunidad de amor, que ambos colaboran en perfecta armonía de fuerzas en un único ser (Stein, 1998, pág. 51).

Teniendo en cuenta las perspectivas mencionadas cabe preguntarse: ¿en qué momento el deseo de recuperar el papel de la mujer en todas las esferas de la sociedad se convirtió en una especie de lucha de clases en la que la mujer riñe con el hombre por ocupar su lugar? En “combates en los cuales creen enfrentarse el uno contra el otro, cada cual lucha contra sí mismo, proyectando en su compañero esa parte de sí mismo que cada cual repudia; en lugar de vivir la ambigüedad de su condición, cada uno de ellos se esfuerza por hacer soportar al otro su abyección, reservándose para sí el honor(Beauvoir, 1999, pág. 721).

Urge reconocer dos cosas: hombre y mujer son diferentes y tienen la misma dignidad: “en conjunto, y, sobre todo, en el nivel más alto de la escala animal, los dos sexos representan dos aspectos diversos de la vida de la especie (Beauvoir, 1999, pág. 36). Para Edith Stein “ya en la primera narración de la creación del hombre se habla de la diferencia entre macho y hembra. Después les viene confiada una triple misión: ser imagen de Dios, procrear una posteridad y dominar la tierra (Stein, 1998, pág. 49).

La mujer tiene un lugar en la sociedad por ella misma. Desempeñar el papel que le corresponde se presenta como un gran reto: “en el modo propio del ser de la mujer está indicada una elevada tarea: llevar a pleno desarrollo la verdadera humanidad en sí y en los demás (Stein, 1998, pág. 304). Llama la atención que Beauvoir haga la misma afirmación al referir que “en la mujer se encarna positivamente la carencia que el existente lleva en su corazón, y tratando de encontrarse a través de ella, es como el hombre espera realizarse (Beauvoir, 1999, pág. 141).

En este contexto, es claro que no se trata de una tarea fácil y por ende requiere valentía, tenacidad y autoestima, lo que está muy lejos de perder la feminidad, es decir, de renunciar a las características que desde siempre le fueron dadas, para ser reconocida. Así lo considera Beauvoir cuando se refiere a la mujer “viril”: “hay que decir, sin embargo, que las mujeres más voluntariosas, las más dominadoras, titubean poco en afrontar al varón: la llamada mujer “viril” es con frecuencia una franca heterosexual. No quiere renunciar a su reivindicación de ser humano; pero tampoco piensa mutilarse de su feminidad, y opta por acceder al mundo masculino, o más bien, por anexionárselo (Beauvoir, 1999, pág. 351).

Para Edith Stein también se hace indispensable que la mujer conserve sus características naturales y destaca que “en ella está el velar según sus fuerzas para que él no se dé totalmente a su trabajo profesional olvidando su dimensión humana y descuidando sus deberes como padre de familia. Esta tarea la podrá realizar tanto mejor cuanto más ella haya madurado como persona; lo cual exige que en la vida en común con el varón no renuncie a sí misma, sino que desarrolle en plenitud sus propios dones y capacidades (Stein, 1998, págs. 109-110).

A pesar de lo anterior, es lo que han entendido algunos grupos autodenominados feministas, para desgracia de las mujeres. Simone de Beauvoir analizando esa realidad sostiene que “en lo que a la mujer concierne, su complejo de inferioridad adopta la forma de rechazo vergonzoso de su feminidad: no es la falta de pene lo que provoca ese complejo, sino todo el conjunto de la situación; la niña no envidia el falo más que como un símbolo de privilegios concedidos a los muchachos; el lugar que ocupa el padre en el seno de la familia, la universal preponderancia de los varones, la educación, todo lo afirma en la idea de la superioridad masculina (Beauvoir, 1999, págs. 47-48).

Bibliografía

Beauvoir, S. d. (1999). El segundo sexo. Buenos Aires: Penguin Random House Grupo Editorial.

Stein, E. (1998). La mujer. Su naturaleza y misión. Burgos: Monte Carmelo.

 

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